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Gilles Deleuze (Del acontecimiento)

Extraído de: Lógica del sentido
Ed. Paidos. Barcelona, 1989 

Dudamos a veces en llamar estoica a una manera concreta o poética de vivir, como si el nombre de una doctrina fuera demasiado libresco, demasiado abstracto para designar la relación más personal con una herida. Pero ¿de dónde surgen las doctrinas sino de heridas y aforismos vitales, que son otras tantas anécdotas especulativas con su cargo de provocación ejemplar? Hay que llamar estoico a Joe Bousquet. La herida que lleva profundamente en su cuerpo, la aprende sin embargo, y precisamente por ello, en su verdad eterna como acontecimiento puro. En la medida en que los acontecimientos se efectúan en nosotros, nos esperan y nos aspiran, nos hacen señas: «Mi herida existía antes que yo; he nacido para encarnarla." (1). Llegar a esta voluntad que nos hace el acontecimiento, convertirnos en la casi-causa de lo que se produce en nosotros, el Operador, producir las superficies y los dobleces en los que el acontecimiento se refleja, donde se encuentra incorporal y manifiesto en nosotros el esplendor neutro que posee en sí como impersonal y preindividual, más allá de lo general y de lo particular, de lo colectivo y lo privado: ciudadano del mundo. "Todo estaba en su sitio en los acontecimientos de mi vida, antes de que yo los hiciera míos; y vivirlos, es sentirse tentado de igualarme con ellos, como si les viniera sólo de mí lo que tienen de mejor y de perfecto."

O bien la moral no tiene ningún sentido, o bien es esto lo que quiere decir, no tiene otra cosa que decir: no ser indigno de lo que nos sucede. Al contrario, captar lo que sucede como injusto y no merecido (siempre es por culpa de alguien), he aquí lo que convierte nuestras llagas en repugnantes, el resentimiento en persona, el resentimiento contra el acontecimiento. No hay otra mala voluntad. Lo que es verdaderamente inmoral, es cualquier utilización de las nociones morales, justo, injusto, mérito, falta. ¿Qué quiere decir entonces querer el acontecimiento? ¿Es aceptar la guerra cuando sucede, la herida y la muerte cuando suceden? Es muy probable que la resignación aún sea una figura del resentimiento, él, que ciertamente posee tantas figuras. Si querer el acontecimiento es, en principio, desprender su eterna verdad, como el fuego del que se alimenta, este querer alcanza el punto en que la guerra se hace contra la guerra, la herida, trazada en vivo como la cicatriz de todas las heridas, la muerte convertida en querida contra todas las muertes. Intuición volitiva o transmutación. "Mi gusto por la muerte -dice Bousquet- que era fracaso de la voluntad, lo sustituiré por un deseo de morir que sea la apoteosis de la voluntad." De este gusto a este deseo, en cierto modo no cambia nada, excepto un cambio de voluntad, una especie de salto sobre el mismo lugar de todo el cuerpo que cambia su voluntad orgánica contra una voluntad espiritual que quiere ahora, no exactamente lo que sucede, sino algo en lo que sucede, algo por venir conforme a lo que sucede, según las leyes de una oscura conformidad humorística: el Acontecimiento. Es en este sentido que el Amor fati se alía con el combate de los hombres libres. Que en todo acontecimiento esté mi desgracia, pero también un esplendor y un estallido que seca la desgracia, y que hace que, querido, el acontecimiento se efectúe en su punta más estrecha, en el filo de una operación, tal es el efecto de la génesis estática o de la inmaculada concepción. El estallido, el esplendor del acontecimiento es el sentido. El acontecimiento no es lo que sucede (accidente); está en lo que sucede el puro expresado que nos hace señas y nos espera. Según las tres determinaciones precedentes, es lo que debe ser comprendido, lo que debe ser querido, lo que debe ser representado en lo que sucede. Bousquet añade: "Conviértete en el hombre de tus desgracias, aprende a encarnar su perfección y su estallido." No se puede decir nada más, nunca se ha dicho nada más: ser digno de lo que nos ocurre, esto es, quererlo y desprender de ahí el acontecimiento, hacerse hijo de sus propios acontecimientos y, con ello, renacer, volverse a dar un nacimiento, romper con su nacimiento de carne. Hijo de sus acontecimientos y no de sus obras, porque la misma obra no es producida sino por el hilo del acontecimiento. 

El actor no es como un dios, sino como un contra-dios. Dios y el actor se oponen por su lectura del tiempo. Lo que los hombres captan como pasado o futuro, el dios lo vive en su eterno presente. El dios es Cronos: el presente divino es el círculo entero, mientras que el pasado y el futuro son dimensiones relativas a tal o cual segmento que deja el resto fuera de él. Al contrario, el presente del actor es el más estrecho, el más apretado, el más instantáneo, el más puntual, punto sobre una línea recta que no deja de dividir la línea, y de dividirse él mismo en pasado-futuro. El actor es el Aión: en lugar de lo más profundo, del presente más pleno, presente que es como una mancha de aceite y que comprende el futuro y el pasado, surge aquí un pasado-futuro ilimitado que se refleja en un presente vacío que no tiene más espesor que el espejo. El actor representa, pero lo que representa es siempre todavía futuro y ya pasado, mientras que su representación es impasible, y se divide, se desdobla sin romperse, sin actuar ni padecer. Hay, en este sentido, una paradoja del comediante: permanece en el instante, para interpretar algo que siempre se adelanta y se atrasa, se espera y se recuerda. Lo que interpreta nunca es un personaje: es un tema (el tema complejo o el sentido) constituido por los componentes del acontecimiento, singularidades comunicativas efectivamente liberadas de los límites de los individuos y de las personas. El actor tensa toda su personalidad en un instante siempre aún más divisible, para abrirse a un papel impersonal y preindividual. Siempre está en la situación de interpretar un papel que interpreta otros papeles. El papel está en la misma relación con el actor como el futuro y el pasado con el presente instantáneo que les corresponde sobre la línea del Aión. El actor efectúa pues el acontecimiento, pero de un modo completamente diferente a como se efectúa el acontecimiento en la profundidad de las cosas. O. más bien, dobla esta efectuación cósmica, física, con otra, a su modo, singularmente superficial, tanto más neta, cortante y por ello pura, cuanto que viene a delimitar la primera, destaca de ella una línea abstracta y no conserva del acontecimiento sino el contorno o el esplendor: convertirse en el comediante de sus propios acontecimientos, contra-efectuación.

Porque la mezcla física no es justa sino a nivel del todo, en el círculo entero del presente divino. Pero, para cada parte, cuántas injusticias e ignominias, cuántos procesos parasitarios caníbales que inspiran nuestro terror ante lo que nos sucede, nuestro resentimiento contra lo que sucede. El humor es inseparable de una fuerza selectiva: en lo que sucede (accidente), selecciona el acontecimiento puro. En el comer, selecciona el hablar. Bousquet asignaba las propiedades del humor-actor: aniquilar las huellas siempre que sea preciso; "levantar entre los hombres y las obras su ser de antes de la amargura" "vincular a las pestes, a las tiranías, a las guerras más espantosas la suerte cómica de haber reinado para nada"; en una palabra, desprender de cada cosa "la porción inmaculada", lenguaje y querer, Amor fati.(2

¿Por qué todo acontecimiento es del tipo de la peste, la guerra, la herida, la muerte? ¿Quiere decir sólo que hay más acontecimientos desgraciados que felices? No, porque se trata de la estructura doble de todo acontecimiento. En todo acontecimiento, sin duda, hay el momento presente de la efectuación, aquel en el que el acontecimiento se encarna en un estado de cosas, un individuo, una persona, aquel que se designa diciendo: venga, ha llegado el momento; y el futuro y el pasado del acontecimiento no se juzgan sino en función de este presente definitivo, desde el punto de vista de aquel que lo encarna.

Pero, hay, por otra parte, el futuro y el pasado del acontecimiento tomado en sí mismo, que esquiva todo presente, porque está libre de las limitaciones de un estado de cosas, al ser impersonal y preindividual, neutro, ni general ni particular, eventum tantum...; o, mejor, porque no tiene otro presente sino el del instante móvil que lo representa, siempre desdoblado en pasado-futuro, formando lo que hay que llamar la contra-efectuación. En un caso, es mi vida la que me parece demasiado débil para mí, que se escape en un punto hecho presente en una relación asignable conmigo. En el otro caso, soy yo quien es demasiado débil para la vida, es la vida demasiado grande para mí, echando sus singularidades por doquier, sin relación conmigo, ni con un momento determinable como presente, excepto con el instante impersonal que se desdobla en todavía-futuro y ya-pasado. Que esta ambigüedad sea esencialmente la de la herida y de la muerte, la de la herida mortal, nadie lo ha mostrado como Maurice Blanchot: la muerte es a la vez lo que está en una relación extrema o definitiva conmigo y con mi cuerpo, lo que está fundado en mí, pero también lo que no tiene relación conmigo, lo incorporal y lo infinitivo, lo impersonal, lo que no está fundado sino en sí mismo. A un lado, la parte del acontecimiento que se realiza y se cumple; del otro, "la parte del acontecimiento cuyo cumplimiento no puede realizarse". Hay pues dos cumplimientos, que son como la efectuación y la contra-efectuación. Por ello, la muerte y su herida no son un acontecimiento entre otros. Cada acontecimiento es como la muerte, doble e impersonal en su doble. "Ella es el abismo del presente, el tiempo sin presente con el cual no tengo relación, aquello hacia lo que no puedo arrojarme, porque en ella yo no muero, soy burlado del poder de morir; en ella se muere, no se cesa ni se acaba de morir."(3)

Hasta qué punto este se difiere del de la trivialidad cotidiana . Es el se de las singularidades impersonales y preindividuales, el se del acontecimiento puro en el que muere es como llueve. El esplendor del se es el del acontecimiento mismo o la cuarta persona. Por ello, no hay acontecimientos privados, y otros colectivos; como tampoco existe lo individual y lo universal, particularidades y generalidades. Todo es singular, y por ello colectivo y privado a la vez, particular y general, ni individual ni universal. ¿Qué guerra no es un asunto privado? E inversamente, ¿qué herida no es de guerra, y venida de la sociedad entera? ¿Qué acontecimiento privado no tiene todas sus coordenadas, es decir, todas sus singularidades impersonales sociales? Sin embargo, hay mucha ignominia en decir que la guerra concierne a todo el mundo; no es verdad, no concierne a los que se sirven de ella o la sirven, criaturas del resentimiento. La misma ignominia que decir que cada uno tiene su guerra, su herida particulares; tampoco es verdad de aquellos que se rascan la llaga, criaturas también de la amargura y el resentimiento. Solamente es verdad del hombre libre, porque él ha captado el acontecimiento mismo, y porque no lo deja efectuarse como tal sin operar, actor, su contra-efectuación. Sólo el hombre libre puede entonces comprender todas las violencias en una sola violencia, todos los acontecimientos mortales en un solo Acontecimiento que ya no deja sitio al accidente y que denuncia o destituye tanto la potencia del resentimiento en el individuo como la de la opresión en la sociedad. El tirano encuentra sus aliados propagando el resentimiento, es decir, esclavos y sirvientes: únicamente el revolucionario se ha liberado del resentimiento, por medio del cual siempre se participa y se obtienen beneficios de un orden opresor. Pero ¿un solo y mismo Acontecimiento? Mezcla que extrae y purifica, y lo mide todo por el instante sin mezcla, en lugar de mezclarlo todo: entonces, todas las violencias y todas las opresiones se reúnen en este solo acontecimiento, que las denuncia todas al denunciar una de ellas (la más próxima o el último estado de la cuestión). "La psicopatología que reivindica el poeta no es un siniestro pequeño accidente del destino personal, un desgarro individual. No es el camión del lechero que le ha pasado por encima del cuerpo y lo ha dejado inválido, son los caballeros de los Cien Negros pogromizando a sus ancestros en los guetos de Vilno... Los golpes que ha recibido en la cabeza no lo fueron en una riña de gamberros en la calle, sino cuando la policía cargaba contra los manifestantes... Si grita como un sordo de genio es que las bombas de Guernica y de Hanoi lo han ensordecido...,"(4) La trasmutación se opera en el punto móvil y preciso en el que todos los acontecimientos se reúnen así en uno solo: el punto en el que la muerte se vuelve contra la muerte, en el que el morir es como la destitución de la muerte, en el que la impersonalidad del morir ya no señala solamente el momento en el que me pierdo fuera de mí, sino el momento en el que la muerte se pierde en sí misma, y la figura que toma la vida más singular para sustituirme.(5)

http://v2.reflexionesmarginales.com/index.php/dossier/42-foucault-y-el-acontecimiento

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Michel Foucault  - Los Espacios Otros* 

Una reflexión sobre espacios donde las funciones y las percepciones se desvían en relación con los lugares comunes donde la vida humana se desarrolla

Nadie ignora que la gran obsesión del siglo xix, su idea fija, fue la historia: ya como desarrollo y fin, crisis y ciclo, acumulación del pasado, sobrecarga de muertos o enfriamiento amenazante del mundo. El siglo xix encontró en el segundo principio de la termodinámica el grueso de sus recursos mitológicos. Nuestra época sería más bien la época del espacio. Vivimos en el tiempo de la simultaneidad, de la yuxtaposición, de la proximidad y la distancia, de la contigüidad, de la dispersión. Vivimos en un tiempo en que el mundo se experimenta menos como vida que se desarrolla a través del tiempo que como una red que comunica puntos y enreda su malla. Podría decirse acaso que las disputas ideológicas que animan las polémicas actuales se verifican entre los descendientes devotos del tiempo y los empedernidos habitantes del espacio. El estructuralismo, o al menos lo que se agrupa bajo esa rúbrica un tanto genérica, consiste en el esfuerzo para establecer, entre elementos que a lo largo del tiempo han podido estar desperdigados, un conjunto de relaciones que los haga aparecer como una especie de configuración; y con esto no se trata tanto de negar el tiempo, no; es un modo determinado de abordar lo que se denomina tiempo y lo que se denomina historia.

No podemos dejar de señalar no obstante que el espacio que se nos descubre hoy en el horizonte de nuestras inquietudes, teorías, sistemas no es una innovación; el espacio, en la experiencia occidental, tiene una historia, y no cabe ignorar por más tiempo este fatal entrecruzamiento del tiempo con el espacio. Para bosquejar aunque sea burdamente esta historia del espacio podríamos decir que en la Edad Media era un conjunto jerarquizado de lugares: lugares sagrados y profanos, lugares resguardados y lugares, por el contrario, abiertos, sin defensa, lugares urbanos y lugares rurales (dispuestos para la vida efectiva de los humanos); la teoría cosmológica distinguía entre lugares supracelestes, en oposición a los celestes; y lugares celestes opuestos a su vez a los terrestres; había lugares en los que los objetos se encontraban situados porque habían sido desplazados a pura fuerza, y luego lugares, por el contrario, en que los objetos encontraban su emplazamiento  y su sitio naturales. Toda esta jerarquía, esta oposición, esta superposición de lugares constituía lo que cabría llamar groseramente el espacio medieval, un espacio de localización.

La apertura de este espacio de localización vino de la mano de Galileo, pues el verdadero escándalo de la obra de Galileo no fue tanto el haber descubierto, el haber redescubierto, más bien, que la Tierra giraba alrededor del Sol, sino el haber erigido un espacio infinito, e infinitamente abierto. de tal modo que el espacio de la Edad Media se encontraba de algún modo como disuelto, el lugar de una cosa no era sino un punto en su movimiento, tanto como el repose de una cosa no era sino un movimiento indefinidamente ralentizado. En otras palabras, desde Galileo, desde el siglo xviii, la extensión sustituye a la localización.

Espacio de ubicación

En la actualidad, la ubicación ha sustituido a la extensión, que a su vez sustituyó a la localización. La ubicación se define por las relaciones de vecindad entre puntos o elementos; formalmente, puede describirse como series, árboles, cuadrículas.

Por otro lado, es conocida la importancia de los problemas de ubicación en la técnica contemporánea: almacenamiento de la información o de los resultados parciales de un cálculo en la memoria de una máquina, circulación de elementos discrecionales, de salida aleatoria (caso de los automóviles y hasta de los sonidos en una línea telefónica), marcación de elementos, señalados o cifrados, en el interior de un conjunto ya repetido al azar, ya ordenado dentro de una clasificación unívoca o según una clasificación plurívoca, etc.

Más en concreto, el problema del lugar o de la ubicación se plantea para los humanos en términos de demografía; y este último problema de la ubicación humana no consiste simplemente en resolver la cuestión de habrá bastante espacio para la especie humana en el mundo —problema, por lo demás, de suma importancia—, sino también en determinar qué relaciones de vecindad, qué clase de almacenamiento, de circulación, de marcación, de clasificación de los elementos humanos debe ser considerada preferentemente en tal o cual situación para alcanzar tal o cual fin. Vivimos en una época en la que espacio se nos ofrece bajo la forma de relaciones de ubicación.

Sea como fuere, tengo para mí que la inquietud actual se suscita fundamentalmente en relación con el espacio, mucho más que en relación con el tiempo; el tiempo no aparece probablemente más que como uno de los juegos de distribución posibles entre los elementos que se reparten en el espacio.

Ahora bien, pese a todas las técnicas que lo delimitan, pese a todas las redes de saber que permiten definirlo o formalizarlo, el espacio contemporáneo no está todavía completamente desacralizado —a diferencia sin duda del tiempo, que sí lo fue en el siglo xix—. Es verdad que ha habido una cierta desacralización teórica del espacio ( a la que la obra de Galileo dio la señal de partida), pero quizás aún no asistimos a una efectiva desacralización del espacio. Y es posible que nuestra propia vida esté dominada por un determinado número de oposiciones intangibles, a las que la institución y la práctica aún no han osado acometer; oposiciones que admitimos como cosas naturales: por ejemplo, las relativas al espacio público y al espacio privado, espacio familiar y espacio social, espacio cultural y espacio productivo, espacio de recreo y espacio laboral; espacios todos informados por una sorda sacralización.

La obra —inmensa de Bachelard—, las descripciones de los fenomenólogos nos han hecho ver que no vivimos en un espacio homogéneo y vacío, sino, antes bien, en un espacio poblado de calidades, un espacio tomado quizás por fantasmas: el espacio de nuestras percepciones primarias, el de nuestros sueños, el de nuestras pasiones que conservan en sí mismas calidades que se dirían intrínsecas; espacio leve, etéreo, transparente o, bien, oscuro, cavernario, atestado; es un espacio de alturas, de cumbres, o por el contrario un espacio de simas, un espacio de fango, un espacio que puede fluir como una corriente de agua, un espacio que puede ser fijado, concretado como la piedra o el cristal.

Estos análisis, no obstante, aun siendo fundamentales para la reflexión contemporánea, hacen referencia sobre todo al espacio interior. Mi interés aquí es tratar del espacio exterior.

El espacio que habitamos, que nos hace salir fuera de nosotros mismos, en el cual justamente se produce la erosión de nuestra vida, de nuestro tiempo y de nuestra historia, este espacio que nos consume y avejenta es también en sí mismo un espacio heterogéneo. En otras palabras, no vivimos en una especie de vacío, en cuyo seno podrían situarse las personas y las cosas. No vivimos en el interior de un vacío que cambia de color, vivimos en el interior de un conjunto de relaciones que determinan ubicaciones mutuamente irreductibles y en modo alguno superponibles.

Nada costaría, claro está, emprender la descripción de estas distintas ubicaciones, investigando cuál es el conjunto de relaciones que permite definir esa ubicación. Sin ir más lejos, describir el conjunto de relaciones que definen las ubicaciones de las travesías, las calles, los ferrocarriles (el ferrocarril constituye un extraordinario haz de relaciones por cuyo medio uno va, asimismo permite desplazarse de un sitio a otro y él mismo también se desplaza). Podría perfectamente describir, por el haz de relaciones que permite definirlas, las ubicaciones de detención provisional en que consisten los cafés, los cinematógrafos, las playas. De igual modo podrían definirse, por su red de relaciones, los lugares de descanso, clausurados o semiclausurados, en que consisten la casa, el cuarto, el lecho, etc. Pero lo que me interesa son, entre todas esas ubicaciones, justamente aquellas que tienen la curiosa propiedad de ponerse en relación con todas las demás ubicaciones, pero de un modo tal que suspenden, neutralizan o invierten el conjunto de relaciones que se hallan por su medio señaladas, reflejadas o manifestadas. Estos espacios, de algún modo, están en relación con el resto, que contradicen no obstante las demás ubicaciones, y son principalmente de dos clases

Heterotopías

Tenemos en primer término las utopías. Las utopías son los lugares sin espacio real. Son los espacios que entablan con el espacio real una relación general de analogía directa o inversa. Se trata de la misma sociedad en su perfección máxima o la negación de la sociedad, pero, de todas suertes, utopías con espacios que son fundamental y esencialmente irreales.

Hay de igual modo, y probablemente en toda cultura, en toda civilización, espacios reales, espacios efectivos, espacios delineados por la sociedad misma, y que son una especie de contraespacios, una especie de utopías efectivamente verificadas en las que los espacios reales, todos los demás espacios reales que pueden hallarse en el seno de una cultura están a un tiempo representados, impugnados o invertidos, una suerte de espacios que están fuera de todos los espacios, aunque no obstante sea posible su localización. A tales espacios, puesto que son completamente distintos de todos los espacios de los que son reflejo y alusión, los denominaré, por oposición a las utopías, heterotopías: y tengo para mí que entre las utopías y esos espacios enteramente contrarios, las heterotopías, cabría a no dudar una especie de experiencia mixta, mítica, que vendría representada por el espejo. El espejo, a fin de cuentas, es una utopía, pues se trata del espacio vacío de espacio. En el espejo me veo allí donde no estoy, en un espacio irreal que se abre virtualmente tras la superficie, estoy allí, allí donde no estoy, una especie de sombra que me devuelve mi propia visibilidad, que me permite mirarme donde no está más que mi ausencia: utopía del espejo. pero es igualmente una heterotopía, en la medida en que el espejo tiene una existencia real, y en la que produce, en el lugar que ocupo, una especie de efecto de rechazo: como consecuencia del espejo me descubro ausente del lugar porque me contemplo allí. Como consecuencia de esa mirada que de algún modo se dirige a mí, desde el fondo de este espacio virtual en que consiste el otro lado del cristal, me vuelvo hacia mi persona y vuelvo mis ojos sobre mí mismo y tomo cuerpo allí donde estoy; el espejo opera como una heterotopía en el sentido de que devuelve el lugar que ocupa justo en el instante en que me miro en el cristal, a un tiempo absolutamente real, en relación con el espacio ambiente, y absolutamente irreal, porque resulta forzoso, para aparecer reflejado, comparecer ante ese punto virtual que está allí.

En cuanto a las heterotopías propiamente dichas, ¿cómo podríamos definirlas, en qué consisten? Podríamos suponer no tanto una ciencia, un concepto tan prostituido en este tiempo, como una especie de descripción sistemática que tendría como objeto, en una sociedad dada, el estudio, el análisis, la descripción, la «interpretación», como gusta decirse ahora, de esos espacios diferentes, de esos otros espacios, una suerte de contestación a un tiempo mítica y real del espacio en que vivimos: descripción que podríamos llamar la heterotopología. He aquí una constante de todo grupo humano. Pero las heterotopias adoptan formas muy variadas y acaso no encontremos una sola forma de heterotopía que sea absolutamente universal. no obstante, podemos clasificarlas en dos grandes tipos.

En las sociedades “primitivas” se da una cierta clase de heterotopías que podríamos denominar heterotopias de crisis, es decir, que hay lugares aforados, o sagrados o vedados, reservados a los individuos que se encuentran en relación con la sociedad, y en el medio humano en cuyo seno viven, en crisis a saber: los adolescentes, las menstruantes, las embarazadas, los ancianos, etc.

En nuestra sociedad, este tipo de heterotopias de crisis van camino de desaparecer, aunque todavía es posible hallar algunos vestigios. Sin ir más lejos, la escuela, en su forma decimonónica, el servicio militar, en el caso de los jóvenes, han tenido tal función, las primeras manifestaciones de la sexualidad masculina debían verificarse por fuerza «fuera» del ámbito familiar. En el caso de las muchachas, hasta mediados del siglo xx, imperaba la costumbre del «viaje de bodas»: es una cuestión antiquísima. La pérdida de la flor, en el caso de las muchachas, tenía que producirse en «tierra de nadie» y, a tales efectos, el tren, el hotel, representaba justamente esa «tierra de nadie», esta heterotopía sin referencias geográficas.

Más estas heterotopías de crisis en la actualidad están desapareciendo y están siendo reemplazadas, me parece, por heterotopías que cabría llamar de desviación, es decir: aquellas que reciben a individuos cuyo comportamiento es considerado desviado en relación con el medio o con la norma social. Es el caso de las residencias, las clínicas psiquiátricas; es también el caso de las prisiones y también de los asilos, que se encuentran de algún modo entre las heterotopías de crisis y las heterotopías de desviación, pues, a fin de cuentas, la vejez es una crisis, y al mismo tiempo una desviación, porque en nuestra sociedad, en la que el tiempo libre es normativizado, la ociosidad supone una especie de desviación.

El segundo principio de esta sistemática de las heterotopías consiste en que, en el decurso de su historia, una sociedad suele asignar funciones muy distintas a una misma heterotopía vigente; de hecho, cada heterotopía tiene una función concreta y determinada dentro de una sociedad dada, e idéntica heterotopía puede, según la sincronía del medio cultural, tener una u otra función.

Pondría como ejemplo la sorprendente heterotopía del cementerio. El cementerio constituye un espacio respecto de las espacios comunes, es un espacio que está no obstante en relación con el conjunto de todos los espacios de la ciudad o de la sociedad o del pueblo, ya que cada persona, cada familia tiene a sus ascendientes en el cementerio. En la cultura occidental, el cementerio ha existido casi siempre. Pero ha sufrido cambios de consideración. Hasta finales del siglo xviii, el cementerio estaba situado en el centro mismo de la ciudad, en los aledaños de la iglesia, con una disposición jerárquica múltiple. Allí se encuentra el pudridero en el que los cadáveres terminan por despojarse de sus últimas briznas de individualidad, sepulturas individuales y sepulturas en el interior de la iglesia. Tales sepulturas eran de dos clases, a saber: lápidas con una inscripción o mausoleos con una estatuaria. Tal cementerio, que se situaba en el espacio sagrado de la iglesia, ha tomado en las civilizaciones modernas un cariz muy distinto y es, sorprendentemente, en la época en la que la civilización se torna, como suele decirse groseramente, «atea», cuando la cultura occidental ha inaugurado lo que conocemos como el culto a los difuntos.

Aunque bien mirado, es perfectamente natural que en la época en la que se creía efectivamente en la resurrección de la carne y en la inmortalidad del alma no se prestara a los restos mortales demasiada importancia. Por el contrario, desde el momento en que la fe en el alma, en la resurrección de la carne declina, los restos mortales cobran mayor consideración, pues, a la postre, son las únicas huellas de nuestra existencia entre los vivos y entre los difuntos.

Sea como fuere, no es sino a partir del siglo xix cuando cada persona tiene derecho al nicho y a su propia podredumbre: pero, por otro lado, sólo a partir del siglo xix es cuando se comienza a instalar los cementerios en la periferia de las ciudades. Parejamente a esta individualización de la muerte y a la apropiación burguesa del cementerio, surge la consideración obsesiva de la muerte como «enfermedad». Los muertos son los que contagian las enfermedades a los vivos y es la presencia y la cercanía de los difuntos pared con pared con las viviendas, la iglesia, en medio de la calle, esta proximidad de la muerte es la que propaga la misma muerte. Esta gran cuestión de la enfermedad propagada por el contagio de los cementerios persiste desde finales del siglo xviii, siendo a lo largo del siglo xix cuando se comienzan a trasladar los cementerios a las afueras. Los cementerios no constituyen tampoco el viento sagrado e inmortal de la ciudad, sino la «otra ciudad», en la que cada familia tiene su última morada.

Tercer principio. La heterotopía tiene el poder de yuxtaponer en un único lugar real distintos espacios, varias ubicaciones que se excluyen entre sí. Así, el teatro hace suceder sobre el rectángulo del escenario toda una serie de lugares ajenos entre sí; así, el cine no es sino una particular sala rectangular en cuyo fondo, sobre una pantalla de dos dimensiones, vemos proyectarse un espacio de tres dimensiones; pero, quizás, el ejemplo más antiguo de este tipo de heterotopías, en forma de ubicaciones contradictorias, viene representado quizás por el jardín. No podemos pasar por alto que el jardín, sorprendente creación ya milenaria, tiene en Oriente significaciones harto profundas y como superpuestas. El jardín tradicional de los persas consistía en un espacio sagrado que debía reunir en su interior rectangular las cuatro partes que simbolizan las cuatro partes del mundo, con un espacio más sagrado todavía que los demás a guisa de punto central, el ombligo del mundo en este medio (ahí se situaban el pilón y el surtidor); y toda la vegetación del jardín debía distribuirse en este espacio, en esta especie de microcosmos. En cuanto a las alfombras, eran, al principio, reproducciones de jardines. El jardín es una alfombra en la que el mundo entero alcanza su perfección simbólica y la alfombra es una especie de jardín portátil. El jardín es la más minúscula porción del mundo y además la totalidad del mundo. El jardín es, desde la más remota Antigüedad, una especie de heterotopía feliz y universalizadora (de ahí nuestros parques zoológicos).

Heterocronías 

Cuarto principio. Las heterotropías están ligadas, muy frecuentemente, con las distribuciones temporales, es decir, abren lo que podríamos llamar, por pura simetría, las heterocronías: la heterotopía despliega todo su efecto una vez que los hombres han roto absolutamente con el tiempo tradicional: así vemos que el cementerio es un lugar heterotópico en grado sumo, ya que el cementerio se inicia con una rara heterocronía que es, para la persona, la pérdida de la vida, y esta cuasieternidad en la que no para de disolverse y eclipsarse.

De un modo general, en una sociedad como ésta, heterotopía y heterocronía se organizan y se ordenan de una forma relativamente compleja. Hay, en primer término, heterotopías del tiempo que se acumula hasta el infinito, por ejemplo, los museos, las bibliotecas; museos y bibliotecas son heterotopías en las que el tiempo no cesa de amontonarse y posarse hasta su misma cima, cuando hasta el siglo xvii, hasta finales del siglo xvii incluso, los museos y las bibliotecas constituían la expresión de una elección particular. Por el contrario, la idea de acumularlo todo, la idea de formar una especie de archivo, el propósito de encerrar en un lugar todos los tiempos, todas las épocas, todas las formas, todos los gustos, la idea de habilitar un lugar con todos los tiempos que está él mismo fuera de tiempo, y libre de su daga, el proyecto de organizar de este modo una especie de acumulación perpetua e indefinida del tiempo en un lugar inmóvil es propio de nuestra modernidad. El museo y la biblioteca son heterotopías propias de la cultura occidental del siglo xix.

Frente a esas heterotopías, que están ligadas a la acumulación del tiempo, hay heterotopías que están ligadas, por el contrario, al tiempo en su forma más fútil, más efímera, más quebradiza, bajo la forma de fiesta. Tampoco se trata de heterotopías permanentes, sino completamente crónicas. Tal es el caso de las ferias, esos magníficos emplazamientos vacíos al borde de las ciudades, que se pueblan, una o dos veces por año, de barracas, de puestos, de un sinfín de artículos, de luchadores, de mujeres-serpientes, de decidoras de la buenaventura. Incluso muy recientemente, se ha inventado una nueva heterotopía crónica, a saber, las ciudades de vacaciones; esas ciudades polinesias que ofrecen tres semanas de una desnudez primitiva y eterna a los habitantes urbanos; y puede verse además que, en estas dos formas de heterotopía, se reúnen la de la fiesta y la de la eternidad del tiempo que se acumula; las chozas de Djerba están en cierto sentido emparentadas con las bibliotecas y los museos, pues, reencontrando la vida polinesia, se suprime el tiempo, pero también se encuentra el tiempo, es toda la historia de la humanidad la que se remonta hasta su origen como una suerte de gran sabiduría inmediata.

Quinto principio. Las heterotopías constituyen siempre un sistema de apertura y cierre que, al tiempo, las aísla y las hace penetrables. Por regla general, no se accede a un espacio heterópico así como así. O bien se halla uno obligado, caso de la trinchera, de la prisión, o bien hay que someterse a ritos o purificaciones. No se puede acceder sin una determinada autorización y una vez que se han cumplido un determinado número de actos. Además, hay heterotopías incluso que están completamente consagradas a tales rituales de purificación, purificación medio religiosa medio higiénica como los hammas de los musulmanes, o bien purificación nítidamente higiénica como las saunas escandinavas.

Por el contrario, hay otras que parecen puras y simples aperturas, pero que, por regla general, esconden exclusiones, muy particulares: cualquier persona puede penetrar en ese espacio heterotópico, pero, a decir verdad, no es más que una quimera: uno cree entrar y está, por el mismo hecho de entrar, excluido. Pienso, por ejemplo, en esas inmensas estancias de Brasil o, en general, de Sudamérica. La puerta de entrada no da a la pieza donde vive la familia y toda persona que pasa, todo visitante puede perfectamente cruzar el umbral, entrar en la casa y pernoctar. Ahora bien, tales dependencias están dispuestas de tal modo que el huésped que pasa no puede acceder nunca al seno de la familia, no es más que un visitante, en ningún momento es un verdadero huésped. De esta clase de heterotopía, que ha desaparecido en la práctica en nuestra civilización, pueden acaso advertirse vestigios en los conocidos moteles americanos, a los que se llega con el automóvil y la querida y en los que la sexualidad ilícita está al mismo tiempo completamente a cubierto y completamente escondida, en un lugar aparte, sin estar sin embargo a la vista.

En fin, la última singularidad de las heterotopías consiste en que, en relación con los demás espacios, tienen una función, la cual opera entre dos polos opuestos. O bien desempeñan el papel de erigir un espacio ilusorio que denuncia como más ilusorio todavía el espacio real, todos los lugares en los que la vida humana se desarrolla. Quizás es ese el papel que desempeñaron durante tanto tiempo los antiguos prostíbulos, hoy desaparecidos. O bien, por el contrario, erigen un espacio distinto, otro espacio real, tan perfecto, tan exacto y tan ordenado como anárquico, revuelto y patas arriba es el nuestro. Ésa sería la heterotopía no tanto ilusoria como compensatoria y no dejo de preguntarme si no es de algún modo ése el papel que desempeñan algunas colonias.

En determinados supuestos han desempeñado, en el plano de la organización general del espacio terrestre, el papel de la heterotopía. Pienso por ejemplo en el papel de la primera ola de colonización, en el siglo xvii, en esas sociedades puritanas que los ingleses fundaron en América, lugares de perfección suma.

Pienso también en esas extraordinarias reducciones jesuitas de América del Sur: colonias maravillosas, absolutamente reguladas, en las que la perfección humana era un hecho. Los jesuitas del Paraguay habían establecido reducciones en las que la existencia estaba regulada en todos y cada uno de sus aspectos. La población estaba ordenada conforme a una disposición rigurosa en derredor de una plaza central al fondo de la cual se levantaba la iglesia: a un lado, la escuela, al otro, el cementerio y, detrás, enfrente de la iglesia, se abría una calle en la que confluía perpendicularmente otra; cada familia tenía su cabaña a lo largo de esos dos ejes, y de este modo se reproducía exactamente el símbolo de la Cruz. La Cristiandad señalaba de este modo con su símbolo fundamental el espacio y la geografía del mundo americano.

La vida cotidiana de las personas estaba regulada menos a golpe de sirenas que de campanas. Toda la comunidad tenía fijado el descanso y el inicio del trabajo a la misma hora: la comida al mediodía y a las cinco; luego se acostaban y a la medianoche era la hora del llamado descanso conyugal, esto es, nada más sonar la campana del convento, todos y cada uno debían cumplir con su débito.

Prostíbulos y colonias son dos clases extremas de la heterotopía y si se para mientes, después de todo, en que la nave es un espacio flotante del espacio, un espacio sin espacio, con vida propia, cerrado sobre sí mismo y al tiempo abandonado a la mar infinita y que, de puerto en puerto, de derrota en derrota, de prostíbulo en prostíbulo, se dirige hacia las colonias buscando las riquezas que éstas atesoran, puede comprenderse la razón por la que la nave ha sido para nuestra civilización, desde el siglo xvi hasta hoy, al tiempo, no sólo, por supuesto, el mayor medio de desarrollo económico (no hablo de eso ahora), sino el mayor reservorio de imaginación. La nave constituye la heterotopía por excelencia. En las civilizaciones de tierra adentro, los sueños se agotan, el espionaje sustituye a la aventura y la policía a los piratas.

Alain Badiou -  “La filosofía y el acontecimiento”

Un acontecimiento es algo que hace aparecer cierta posibilidad que era invisible o incluso impensable. Un acontecimiento no es por sí mismo creación de una realidad; es creación de una posibilidad, abre una posibilidad. Nos muestra que hay una posibilidad que se ignoraba. En cierto modo, el acontecimiento es sólo una propuesta (…) Todo dependerá de la manera en que esta posibilidad propuesta por el acontecimiento sea captada, trabajada, incorporada, desplegada en el mundo.

Esto es lo que yo llamo “procedimiento de verdad”. El acontecimiento crea una posibilidad, pero luego hace falta un trabajo, colectivo en el plano de la política, individual en el caso de la creación artística, para que esa posibilidad se haga real, es decir, se inscriba, etapa tras etapa, en el mundo.

Aquí  se trata de las consecuencias que produce en el mundo real esa ruptura que es el acontecimiento. Utilizo la palabra “verdad” porque se crea algo que expresa no sólo la ley del mundo, sino la verdad del mundo.

(…) Un acontecimiento político es algo que hace surgir una posibilidad que escapa al control de los posibles ejercido por el poder dominante.

(…) El Estado significa opresión real, pero, más esencialmente, es el que distribuye la idea de lo posible y de lo imposible. Por su parte, el acontecimiento va a transformar en una posibilidad aquello que fue declarado imposible.  Lo posible va a serle arrancado a lo imposible.

(…) Aceptar apropiarse o, por otro lado, ser apropiado. Aquí, la actividad, la pasividad, son un poco lo mismo. Apropiarse o ser apropiado por esa posibilidad nueva, por ese imposible que va a volverse real.

(…)

No se trata de esperar con zozobra un acontecimiento milagroso. Se trata más bien de sostener hasta el fin, hasta la saturación, lo que se pudo extraer del acontecimiento anterior y, de ese modo, prepararse lo mejor posible para la recepción subjetiva de lo que se producirá inevitablemente. Para mí la verdad es un trabajo, un proceso hecho posible por el acontecimiento.

(…) Las posibilidades abiertas por un acontecimiento se hallan aún presentes en la situación durante un largo tiempo secuencial. Se agotan poco a poco pero están presentes.

(…) Estar preparado para un acontecimiento significa hallarse en la disposición subjetiva de reconocer la nueva posibilidad. Dado que el acontecimiento es necesariamente imprevisible, pues no figura en la ley de las posibilidades dominantes, preparar el acontecimiento es estar dispuesto a acogerlo. Es estar convencido de que el Estado de cosas no prescribe las posibilidades más importantes, aquellas que habilitan la construcción de nuevas verdades. (…) Es estar en un estado mental en que el orden del mundo, las potencias dominantes, no tienen el control absoluto de las posibilidades. ¿Cómo se prepara uno entonces? (…) primero, manteniéndose fiel a un acontecimiento anterior, fiel a las lecciones que ese acontecimiento le ha dado al mundo.

(…)

Annabel Lee Teles - “En el despliegue de la vida… Pensamiento, deseo y creación”

Pensar el presente: la pregunta por las condiciones de existencia

La movilidad del acontecer transforma los modos de existir, pensar y experimentar

Vivimos tiempos de intensas mutaciones, sentimos alteraciones constantes y casi imperceptibles en nuestras vidas. Las mutaciones se introducen en las prácticas cotidianas, en los quehaceres mínimos; producen la sensación de que los modos de pensar, de percibir, de sentir se vuelven insuficientes. Junto con eso, experimentamos la movilidad de un caudal de ideas-imágenes que nos cuesta configurar, que se estanca y pierde fluidez dificultando aún más la expansión de nuevas dimensiones de la existencia.

Nos percatamos de que la elaboración de las ideas y su expansión en experiencias creativas requiere una escucha paciente, una perspicaz captación de lo que pasa en lo que nos pasa puesto que las fuerzas de los acontecimientos constituyen las tramas temporales de la vida y brindan elementos inestimables para comprender; para componer relaciones; para configurar el pensamiento, la experiencia.

Al aceptar la movilidad del acontecer, el modo mismo del pensar se modifica; incorpora un impulso transformador; da lugar a un pensamiento afectivo, relacional, imbricado con el devenir. El pensamiento capta los elementos del acontecer, elabora composiciones conceptuales y afectivas, comprende, configura, crea: afirma, y la afirmación requiere una segunda afirmación que trae consigo el ejercicio mismo de la creación.

El pensamiento nos involucra; abandona su hegemonía discursiva, intelectiva. Los conceptos se componen, en un juego dinámico, con sensaciones, afecciones y afectos; muestran su capacidad conectiva; se expanden en composiciones de ideas-imágenes.  El pensamiento se modifica, fuerza la emergencia de nuevos-antiguos modos de pensar, de componer y de experimentar.

En ese movimiento, las mutaciones en los modos de existencia son, a la vez, mutaciones en el pensamiento. Las transformaciones se vuelven un ejercicio creativo vital; intensifican la emergencia de composiciones creativas en los distintos aspectos de la existencia; estimulan las expansiones, el anhelo de compartir, las conversaciones inventivas entre quienes se sienten afines y no pretenden un decir definitivo.

Annabel Lee Teles - “La mutua apropiación entre los procesos de subjetivación y el acontecimiento “ 

Texto publicado en: Muniz, A.(comp),Intervenciones en el campo de las subjetividades. Las prácticas en las fronteras, Ed. Psicolibros, Montevideo, 2009.

Pensar es crear, configurar. El pensamiento disuelve su alianza con las cosas, con los objetos, con el sujeto cognoscente y el ideal de verdad, se imbrica a la experiencia y ésta adquiere un valor peculiar.  Desde esta perspectiva el sentido y el valor del pensar no reside en  la relación con el objeto, con la verdad; en la subordinación al reconocimiento y a la representación; sino en su capacidad configurante y relacional: en su potencia de obrar.

En este contexto la pregunta emblemática de Foucault ¿cómo y hasta dónde es posible pensar distinto?, (Foucault, 1988)  orienta el pensamiento en el sentido de un proceder filosófico que no está atravesado por una voluntad de legitimar el saber y asegurar la acción. Muy por el contrario, pone al pensamiento en relación consigo mismo, moviliza al quien que piensa al punto de confrontarlo con su anhelo de mutación con las movilidades propia del pensar.

La ética

La ética se distingue de la moral y de todo intento de reinstaurar un modelo que diga a las personas las pautas que deben regir su comportamiento. La creencia en los valores supremos, absolutos y en sí se ha disuelto; se presentan las condiciones propicias para el desarrollo de modos de existencia ético-estéticos, que traen consigo el despliegue de las potencias creativas de los hombres y las mujeres.

La cuestión de los valores es ineludible. El pensamiento ético, crítico y creativo, no pretende determinar cuáles son los valores y su fundamento, sino realizar un pensamiento que atienda al valor de los valores, que investigue su procedencia y su emergencia. Un pensamiento ético que plantee el problema de su creación: ¿en qué condiciones surgen?, ¿cómo se sostienen?, ¿cuáles son los modos de existencia que los hacen posibles? La ética cobra un nuevo vigor, adquieren importancia los modos de existencia. La relación de sí consigo que cada uno realiza en función de los valores que elige y en su elección recrea.

La política

En este ámbito la política abandona los caminos habituales. No se limita, exclusivamente, a los análisis de situación, a las observaciones de los hechos, a las demandas de los distintos grupos sociales. La política problematiza ese modo peculiar de relación humana que son las relaciones de poder, atiende a los modos de conducción de las acciones, a las formas de organización y sujeción.

El pensamiento político se vuelve una necesidad ineludible de la vida humana, puesto que, en este ámbito es donde pensamos y experimentamos la vida colectiva, sus posibilidades productivas y configurantes. Deja de ser el arte de lo posible, ya que lo posible supone lo instaurado como referencia, para ser un pensar-acción como realización de lo nuevo que estimula los encuentros enriquecedores y la creación de espacios-tiempo donde los seres singulares desplieguen su potencia. La política se abre a los acontecimientos, a lo que sucede en lo que sucede,a la vida de los seres, con el anhelo de promover las condiciones de aumento de la potencia singular y colectiva.

Los acontecimientos expresan el devenir

El concepto de devenir cobra relevancia, se distingue de la historia, del tiempo de los hechos, en él el antes y el después se dan a la vez, (Deleuze, 1993) se abre así una temporalidad en resonancia con los  acontecimientos, con lo que pasa y no cesa de pasar.

Los acontecimientos pertenecen al devenir, lo expresan, son composiciones temporales de múltiples dimensiones en permanente actualización y efectuación. Los acontecimientos, se encarnan en situaciones, pero siempre hay algo del acontecimiento abierto a las mutaciones, a nuevas actualizaciones. “Puede que nada cambie o parezca cambiar en la historia, pero todo cambia en el acontecimiento, y nosotros cambiamos en el acontecimiento.” (Deleuze-Guattari, 1993)

***

Al focalizar el concepto de acontecimiento, nos damos cuenta de que se trata de un concepto complejo. El concepto de acontecimiento, por un lado, impulsa el abandono de una ontología y una lógica que sostiene la regencia del ser/ente, de la atribución y de las categorías que son la condición de posibilidad para la creencia en las cosas, en los objetos.  Por otro lado, afirma una ontología del devenir inmanentista y  una lógica de las relaciones y las multiplicidades.

En esta perspectiva Deleuze nos dice “En todos mis libros he investigado la naturaleza del acontecimiento, es el único concepto filosófico capaz de desplazar el verbo ser y el atributo.”(Deleuze, 1995),  Al igual que lo hizo en otras oportunidades, nos plantea una genealogía, esta vez son los estoicos y Leibniz los que aportan a la configuración del concepto de acontecimiento.

El pensamiento del acontecimiento señala un desplazamiento de la preeminencia de la lógica aristotélica.  El juicio de atribución pertenece a la tradición aristotélica: sujeto + verbo ser + cualidad.  El aporte de los estoicos consiste en sostener que el mundo está constituido por acontecimientos y plantear una modalidad lógica diferente, una lógica del sentido. El predicado de una proposición no es la cualidad atribuible a un sujeto, sino el acontecimiento pronunciado en la proposición: el predicado equivale a las relaciones, al acontecimiento. (Deleuze, 1989/2006)

Desde la perspectiva de la lógica del acontecimiento, el principio de individuación abandona su lugar de preeminencia. Lejos de omitirse la singularidad, los procesos de singularización intensivos y relacionales mediante los cuales los seres se singularizan en distintas dimensiones existenciales, la enriquecen: la singularización se vuelve intensiva, procesual/acontecimiental, móvil y comunicante.

La producción inmanente de los modos expresa las variaciones y las mutaciones constantes del devenir. Los modos singulares, se configuran gracias a  las afectaciones, al poder de afectar y ser afectado, propios del acontecer.

La subjetividad en tanto proceso/acontecimiento de subjetivación enriquece el concepto de modo de existencia. Los modos de subjetivación no remiten ni a la persona, ni al yo, sino  a modos de pensar, de sentir, de actuar; a  modos de existencia relacionales que cada quien efectúa en tanto ser en relación.

En el momento de concluir el pensamiento de Spinoza, enriquece nuestro recorrido. Según él el ser humano es un modo intrínseco de la naturaleza, en sí mismo es conatus, potencia interna que lo lleva a perseverar en el ser, a regenerarse continuamente, a transformarse. De ahí que los humanos sean considerados como singularidades en constante movilidad: generación y mutación constante. (Spinoza, 1980)

Spinoza concibe la potencia, el deseo como potencia-ser productiva.  Su andadura nos presenta una perspectiva ética que abandona la esfera de la moral, del Bien y el Mal, del sistema del juicio, la pretensión de sostener modelos que indiquen cómo hay que comportarse. La ética se expresa en el ejercicio de la potencia, en los modos de existencia, en una peculiar relación consigo mismo y con los demás.

Desde nuestra perspectiva la ética como ejercicio afectivo se realiza gracias a la mutua apropiación de los modos de existencia (procesos de subjetivación) y los acontecimientos que pueblan el devenir. La ética es su despliegue convoca una dignidad peculiar, una responsabilidad vital: ser dignos del acaecer, de lo que sucede en lo que sucede, como posibilidad genuina de transformación de sí. (Deleuze, 1989) Brinda nuevos sentidos a la existencia. No un sentido último y cristalizado acorde a un plan trascendente, sino un sentido múltiple y mutante que se realiza en el ejercicio de un pensamiento activo y afirmativo.

Desde esta perspectiva, la ética se enlaza a una política que atiende a la vida singular/colectiva, de hombres y mujeres; a partir de lo cual, la propuesta ético-política inspirada por Spinoza plantea, cómo generar las mejores condiciones para la apropiación, aumento y expansión de la potencia creadora de los hombres y mujeres; cómo realizar un ejercicio de deseo productivo como efectuación de libertad

Manifiesto de Fernando Eugenio y Joao Fiadeiro

Traducción y síntesis de un fragmento por Carolina Silveira.

Texto completo en http://andlabpt.blogspot.com/p/re-existencia.html

El régimen del "y, y, y...": la des-cisión y la re-existencia 

¿Y si imaginásemos un modo de vida en que la cosa toda no se reduzca a la certeza o la alternancia, al sueño con la concordancia consensual o a la omisión indiferente?
Un mundo en el cual la diferencia no estuviese identitariamente congelada, como en el régimen moderno, pero tampoco fuese cancelada en la indiferencia del  "da igual" posmoderno. Un mundo en el cual la indiferencia pudiese propagarse en su asimetría infinitesimal, sin que ésta fuera sacrificada para que hubiera encuentro y sin que tampoco el encuentro tuviera que ser sacrificado para que hubiera simetría. Un mundo disensual , en el que vivir juntos fuese hecho del cromatismo microscópico de los ritmos singulares. Fantasía de comunidad. Un mundo que se inaugura no a partir de la "cisión" (separación), sino del esfuerzo por perpetuar la relación o la "des-cisión" produciendo como plano común de actuación el Acontecimiento. He aquí una tercera imagen del pensamiento -y de la acción, que aquí no se oponen-: la de la reciprocidad. Una tercera imagen que no se asienta en el presupuesto de la identidad, de la especie, del contorno previo al encuentro, sino en la cual nos arriesgamos a experimentar con las gradaciones de la relación, con la diferencialidad de la diferencia.: "y, y, y..." Un modo de vida en el que no tenemos que elegir entre la existencia conformada o la resistencia de los liberalismos tiranos, donde tenemos que aplicarnos a un riguroso (que no rígido) trabajo de re-materialización de ambos movimientos en la operación de "des-cisión": decisión de "des-cindir", de prescindir del entitarismo, de la certeza (o de la desesperada búsqueda de la certeza perdida posmoderna) de que "soy" como condición para el encuentro.  Re-existir a cada encuentro, ser la consecuencia, y no la causa, de la relación.

Y esto porque nos parece que resistir, si no fuera re-existir, no alcanza la relatividad; muere en el relativismo. No alcanza la relación; muere en la compulsión de la interactividad o en la trinchera de la negación inconformista.  Si el propósito positivo es la continuidad vital, entonces hablemos de re-existencia, de resiliencia: la fuerza flexible de la fragilidad adaptativa, que reside en la explicitación molecular y en la aceptación re-inventiva, de lidiar con "lo que se tiene" más que en la insistencia rígida de la negación o en la desistencia indiferente del consentimiento.
Éste es un problema que atraviesa las prácticas artísticas y la vida en comunidad. Accionarlo y frecuentarlo nos coloca más allá de una lógica sectorial que delimita áreas de conocimiento y campos artísticos, y nos devuelve una conciencia ética y política de que hacemos nuestros propios actos y éstos nos hacen al entorno, de manera que podemos o debemos responsabilizarnos por nuestros modos de vivir juntos y de crear mundo. No hay espectadores; no hay artistas, somos todos artesanos de nuestro propio convivio.

 Investigar otro mundo posible: la emergencia de la  "secalharidade " (0 "mayhappeness")

Será en este lugar-pregunta que se situará el presente proyecto de investigación: en las afinidades entre los modos de "problematizar" de la antropología contemporánea practicada por Fernanda Eugenio y las cuestiones suscitadas por el método de Composição em Tempo Real desarrollado por João Fiadeiro.

El proyecto, tal como sucede en este texto, adopta la forma de metálogo -del pensar-hacer de uno a través del pensar-hacer del otro, contaminación y re-invención cruzada de problemas, preguntas y modos de funcionamiento-. El metálogo: dislocar para existir (de ahí el re-existir), empeño en la manutención-propagación de una apertura al disentimiento; rechazo de la concordancia deseablemente conclusiva del diálogo. Una investigación sobre la existencia/resistencia como re-existencia. O sea, no como acto de colocarse "en contra", sino como acto de colocarse "con". De ahí la importancia crucial de extender la comprensión de lo que sería una composición: muy claramente, un "poner-con" el otro, la posición de cada agente dada por la relación con los demás, la posición consecuente, la "com-posición".

Será una propuesta de convivencia colaborativa: la de la investigación sobre los modos de operacionalizar un mundo otro que no el de la cinética moderna y posmoderna de la movilización infinita. Lo que envuelve, antes que nada, un enorme esfuerzo por retroceder de la Acción y del Yo, un esfuerzo por estancar el inmediatismo impulsivo de conocer y saber "lo que aquello es". Un esfuerzo sustractivo: sustracción del Yo y del Por qué (de la fijación por el significado, en su forma explicativa o interpretativa) a fin de retornar a la simplicidad del "derecho de seguir", o sea, del sentido entendido tan solamente como dirección emergente y no teleológica. Un esfuerzo, entonces, por colocar como pregunta primera la explicitación de lo que "tenemos" mutuamente para ofrecer, cada vez, como materia de relación.

Orienta nuestro proyecto un empeño por reformular la pregunta, confiando que un mundo nuevo no se inaugura cuando encontramos respuestas, sino cuando cambiamos las preguntas. No preguntar por el SER (¿Qué es esto?), sino por el TENER (¿Qué tiene esto?). Trabajar para tornar visibles las propiedades-posibilidades que convidan al relacionamiento contingente es, así, también un esfuerzo por retroceder de lo evidente y abrir un intervalo para que aflore a la superficie aquello que lo evidente oscurece u obvia.

El motor de este funcionamiento es, así, la pausa: no la cinética incansable del "to understand", sino su inhibición, desafío de permanecer en la posposición de la acción, en el intervalo del "stand".

En esta velocidad que no es movimiento, la creación encuentra un territorio enteramente otro para fijar su sentido: ni la creación en sentido bíblico (a partir de cero hacer el "es"), ni en sentido romántico (a partir del "es" del artista hacer, por capricho, el cero). Sino la creación como trabajo colectivo, sin sujeto y sin objeto; trabajo ilimitado de re-materialización de aquello que emerge en la relación; trabajo con lo que se tiene cada vez y con lo que queda, como las marcas y los rastros del vivir juntos. Trabajo en el cual nos ocupamos tan solo de distraernos lo suficiente del Yo para activar la atención en el entorno y del manejo no-manipulativo de los encastres posibles, el equilibrio fino entre persistir y desistir para, entonces,re-existir.
Creación que emerge porque nos abstenemos del control y del protagonismo y nos disponibilizamos en tanto herramientas "menores", en tanto jugadores en el "diseño ciego" del acontecimiento.

Creación como serendipia -encontrar aquello que no se buscaba, que no se sabía, que no se deseaba, que no fue creado por ningún autor en particular, pero que es hecho de los encuentros en red de ilimitadas contribuciones anónimas (sin nombre, sin Yo).
 

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